Hasta siempre, Antolín, tallaste la madera y dejaste marcas en los corazones de los vecinos




Por Carlos Mullor, Lidia Jiménez
Nos ha dejado, a los 96 años de edad, un alma noble, que durante más de tres décadas acudió a las clases de marquetería en Casa San Cristóbal
La historia de Antolín Muñoz Galán es la de una vida construida con esfuerzo, amor y dedicación. Nació en Hornachos, Badajoz, hace 96 años y, con el tiempo, encontró en Madrid su hogar. Allí, durante más de tres décadas, acudió sin falta a las clases de marquetería en la Casa San Cristóbal, de la Fundación Montemadrid, donde transformaba la madera, concienzudamente, en pequeñas obras de arte. Aún se pueden ver en el centro sus construcciones, de gran tamaño, que coronan la escalera o abren camino a la biblioteca. Su recuerdo permanece.
Su esposa, Petra Chaparro Corcobado, lo acompañó en esta aventura, asistiendo a clases periódicas de manualidades. Tampoco se saltaba una. Hoy, a poco tiempo de su partida, señala con emoción el aula donde Antolín pasaba tantas horas: “Ahí mismo hizo una Giralda de madera y una Torre Eiffel preciosas”. A su lado, sus hijos Antolín (55) y Cándido (61) asienten. “Nos deja un legado de esfuerzo y superación”, afirman con orgullo.
UN FUTURO MEJOR
Antolín llegó a Madrid siendo apenas un muchacho, dejando atrás la dureza extrema del campo extremeño para “buscarse el pan”, explica su viuda. “Antes la vida era muy difícil”, añade. Hizo el servicio militar en Alcalá de Henares, “y ahí es donde nació su amor por la ciudad”, comenta su hijo del mismo nombre. Vivió como pudo la guerra y la posguerra, en tiempos en los que repartir trozos de pan (“chuscos” los llama Petra) o comer algarrobas era una cuestión de supervivencia.
También hizo cola, como tantos otros, para emigrar a Alemania, pero finalmente su destino estaba en Madrid, donde trabajó 30 años en Barreiros, la histórica fábrica de automóviles en la que se emplearon muchos vecinos de Orcasitas, San Fermín, Villaverde Alto, Villaverde Bajo, Ciudad de los Ángeles y San Cristóbal. Su tarea concreta era el engranaje de piezas en una factoría que no paraba nunca. La familia recuerda que había tres turnos: mañana, tarde y noche.
A pesar de todo, Antolín nunca perdió su optimismo y sus ganas de seguir avanzando. Tras prejubilarse a los 55 años, realizaba todo tipo de “chapuzas” para seguir cobrando “algo de dinerillo”, dicen sus hijos, “temas de electricidad, fontanería... se le daban bien todos”, recuerdan al unísono. Incluso durante la pandemia, cuando no se podía salir a la calle a hacer nada, decidió escribir sus memorias, dejando plasmada su vida en un libro. “Así también mejoraba el movimiento de sus manos, que ya comenzaba a tener Párkinson”, apunta Petra.
UN LEGADO QUE SIGUE VIVO
Petra sigue rodeada del cariño de sus amigas del centro: Luchi, la profe, Tere, Pepa, Ana y Pili. Todas ellas, de distintas tierras, pero con historias de similares. “En casa le doy vueltas a la cabeza. Lo echo mucho de menos”, reconoce esta mujer menuda, sencilla, empática y de espíritu joven. “Voy al gimnasio, doy un paseo, quedo con mis amigas”, detalla. Solo habla maravillas de su marido. “Tenía muy buen carácter, mejor que yo”, bromea.
Tras mucha adversidad, la pareja consiguió comprar una casa (“pagábamos 400 pesetas al mes”, celebra, “y nos costó en total 110.000”). Y en esa casa pasaron más de 60 años juntos. Su espíritu de superación lo acompañó hasta el final. Cuando ya apenas podía caminar, le compraron una silla de ruedas. “Pero no la usaba nunca, prefería andar como fuera”, indica su familia.
Antolín deja tras de sí mucho más que recuerdos. Entre otras cosas, la enseñanza de que con trabajo, dignidad y amor se puede construir una vida plena, independientemente de los recursos económicos o privilegios de los que se disponga. Sus manos tallaron madera, pero también dejaron huella en los corazones de quienes lo conocieron. Las bibliotecarias, guardias de seguridad, técnicos, administrativos... todos recuerdan con mucho afecto a Antolín. “No te imaginas lo querido que fue”, comentan unos y otros.
Aunque eran casi analfabetos, consiguieron que sus hijos estudiaran y que sus nietos fueran graduados universitarios. También Antolín hijo comenzó a estudiar un grado ya casado con María (“el amor de mi vida”, expresa mirándola), con más de 40 años. Y ha llegado a ser ingeniero informático. Su hijo, Juan Luis Muñoz, de 25 años, estudió Medicina en la universidad CEU San Pablo de Madrid y fue quien convenció a su abuelo para que se hiciera una intervención por la que pudo vivir varios años más. Su nieta, Miriam, técnica de laboratorio, es otra prueba de cómo el sacrificio de Antolín y Petra permitió que su familia saliera adelante. San Cristóbal les dio oportunidades que supieron aprovechar. Un ejemplo para todos.